
El pasado viernes concluyó la segunda temporada de “Hierro”, una de las series de la plataforma Movistar+ que mejor aceptación ha recibido desde su estreno hace dos años, cuando rápidamente llamó la atención de crítica y público. La serie creada por los hermanos Coira destacó desde un primer momento por su atrayente ambientación en los increíbles parajes de la isla canaria que da título a la producción y su perfecta ambientación cimentada en un plantel de buenos actores autóctonos.
Su segunda temporada retoma la historia poco después del punto en que concluyó la primera: la resolución del asesinato del joven Fran, muerto en la víspera de su boda, ha terminado con Daniel preso en la cárcel a la espera de juicio y absuelto al principal sospechoso, el calculador Díaz, con el que la jueza Candela Montes mantiene un duelo en el que hay tanto una inevitable rivalidad por sus intereses contrapuestos como una reconocible admiración mutua.
Y para sorpresa de todos, esta segunda temporada no solo está a la altura de la primera, sino que la supera. Al igual que el personaje que encarna Candela Peña, en esta nueva etapa las particularidades del Hierro ya no nos resultan extrañas, y por ello, no hay esa insistencia en remarcar las costumbres que pueden chocar a un forastero, como sucedía con la bajada de la Virgen en la temporada anterior. Ahora, ya situados, la serie puede reposar y mostrarnos el quehacer más cotidiano en el día a día de un juzgado, como puede ser la mediación entre dos progenitores divorciados por la custodia de sus dos hijas. Esta disputa familiar, aparentemente poco trascendente, termina por ser el caso central que condiciona toda la temporada, a medida que conocemos a los protagonistas de este enfrentamiento. En un lado de la contienda está Gaspar Cabrera, poderoso empresario de tendencia colérica que afronta la pelea judicial presionado a su vez por la urgencia en cerrar una operación inmobiliaria. En el otro está Lucía, una madre que ha cometido numerosos errores en el pasado a causa de adicciones que apenas ha dejado atrás, y que está dispuesta a todo por evitar que sus hijas salgan de la isla con su padre, del que recuerda sus habituales prácticas de dudosa legalidad y sobre el que recela de sus verdaderas intenciones. En medio, como siempre ocurre en casos tan desagradables, están las dos principales damnificadas: Ágata, una adolescente de pocas palabras que guarda un profundo resquemor a su madre por todas esas veces que en el pasado incumplió sus deberes por culpa de la droga, y Dácil, la pequeña que en cambio siente verdadera adoración por su madre y siente pánico ante la posibilidad de abandonar El Hierro rumbo a Miami.

En este drama familiar, que incluirá vistas judiciales, traiciones, conflictos enquistados, y como no, un asesinato, la serie se maneja a lo largo de sus 6 capítulos con agilidad e interés, gracias a contar con ese gran personaje que es la jueza Montes. Candela Peña, en un nuevo alarde de desbordante naturalidad, dota de una personalidad apabullante a su personaje. Su carácter no esconde la impecable rectitud y su instinto permanente por buscar siempre la mejor forma de impartir justicia. Su fortaleza y temperamento la acompañan durante todos los capítulos: es una gozada disfrutar de sus réplicas en la vista por la custodia de las niñas, y en particular, un “NO ME RETE” dirigido a Cabrera y que retumba en nuestra mente tras escucharlo. No obstante, esto no impide que igualmente disfrutemos de momentos en los que Candela saca a relucir una ternura que pocas veces la vemos, en los momentos que comparte con su hijo o con las dos pequeñas sobre las que deberá decidir su futuro. Para redondear su interpretación, también cuenta con un momento dramático muy impactante en el último capítulo, y que pone los pelos de punta al espectador.
Pero si este personaje es grande, es porque tiene un antagonista a su altura. La relación que mantiene con Díaz, interpretado por Darío Grandinetti, es el punto fuerte de la serie. El actor argentino tiene menos peso en esta nueva temporada, pero su gran presencia escénica provoca que cada aparición esté llena de fuerza. Su tenacidad al negarse a vender la platanera o sus potentes careos dan muestra de una personalidad arrolladora que rivaliza con la de la jueza. La relación Díaz-Montes, que llegó a echar chispas en algunos momentos de la temporada anterior, se vuelve ahora más cercana. Pese a que como Candela recuerda al empresario argentino “es un dolor de cabeza permanente”, en esta temporada llegamos a presenciar un encuentro que rebosa tanta humanidad como el de esa copa de vino frente a la ventana con el Atlántico de fondo, en el que la implacable jueza se abre en canal al verbalizar la enfermedad degenerativa de su hijo.
No podemos olvidar a los villanos de la historia. Tras la muerte de Samir, la temible narcotraficante que encarnaba Antonia San Juan, los creadores de la serie nos muestran de una forma muy juguetona las ramificaciones de esa peligrosa familia. La presentación de un personaje que parece salido del universo de David Lynch desconcierta y fascina a partes iguales. Cada una de las apariciones de esa Clara bordean constantemente un delicado límite entre el ridículo y la genialidad, pero no hay duda que su voz metálica logra conformar un personaje icónico. Por otro lado, la incorporación de Fadi, el hijo de Samir, y al que interpreta un recuperado Enrique Alcides, supone un paso más en la descripción de la crueldad que ya se mostraba en la villana de la 1ª temporada, creando a un personaje que encarna la maldad por puro placer y que se regodea en la humillación a sus adversarios. Su caracterización provoca acertadamente cierta grima para lograr que el espectador sólo pueda sentir repulsión hacia un personaje carente de ningún tipo de escrúpulos.

Como decimos, en esta segunda temporada de “Hierro” los parajes de la isla no tienen una importancia tan marcada como en la anterior. Sí agradecemos, no obstante, que la serie no olvide la introducción de prácticas que resultan desconocidas para los espectadores peninsulares, como puede ser la lucha canaria, deporte que es mostrado en el sexto capítulo a través de un montaje que intercala la intensidad de estos enfrentamientos con la angustia de sus personajes principales. “Hierro” deja un poco atrás el thriller puro que predominaba en la primera temporada para adentrarse en mayor medida en el drama, pero su atmósfera envolvente y su captación perfecta del entorno isleño continúan plenamente vigentes. Sin necesidad de los giros de guion constantes y el tono apresurado que prolifera en la escena audiovisual actual, la serie logra envolver al espectador dosificando muy bien los tiempos y gracias a una ambientación magnífica.
Por si fuera poco, “Hierro” logra la difícil tarea de dar un digno cierre a sus personajes, coherente con lo que hemos visto durante estas dos temporadas y dejando un buen sabor de boca. En la televisión actual, la tentación de alargar innecesariamente lo que funciona es muy grande (y si no que se lo digan a Netflix y el insufrible estiramiento de sus bombazos “La casa de papel” y “Élite”), y por una vez, parece que los responsables de “Hierro” van a tirar de sensatez y echan definitivamente el cierre a la serie en el momento preciso. En el recuerdo de las mejores producciones nacionales de Movistar+, nunca olvidaremos mencionar a esa jueza dura de enorme sentido de la justicia. Siempre nos quedará El Hierro.
JAVIER CASTAÑEDA