
No hay un alambre que pueda sujetar las verdades que se anudan al estómago. En Madres paralelas hay un fino hilo conductor de dos películas que están conectadas de manera caprichosa pero deliberada por un Almodóvar que en su nuevo filme está determinado a desentrañar las deudas que España tiene con su Memoria Histórica en su película más política y racional. Deja constancia de ello, quizá de forma demasiado consciente y didáctica, mediante ese alambre imposible que es el cordón umbilical del último estreno del manchego.
Todo ello disfrazado de un visceral melodrama en el que dos mujeres embarazadas comparten habitación en un hospital. Ese encuentro, de manera azarosa, cambiará sus vidas para siempre. La conjunción viene de la mano del personaje de Janis, una mujer que tiene que decidir entre seguir adelante sin mirar atrás o enfrentarse a la verdad como remedio del nudo que se ataja mediante el olvido que no llega y de la angustia de saberse devorada por las cicatrices sin curar. Por ello la trama principal de Madres paralelas es una metáfora de la subtrama que duerme latente durante gran parte del metraje para revelarse hacia el final como una fotografía luminosa y esperanzadora. No es casualidad que Janis sea fotógrafa y que el poder de esa otra película sea la que parece interesarle más al director, la de los testimonios de aquellos que necesitan cerrar las heridas. Hay que recordar que El Deseo produjo el documental El silencio de otros de Almudena Carracedo y Robert Bahar.
La tarea resulta ardua, además de compleja, y no siempre es satisfactoria. El paralelismo que vincula estas dos vertientes resulta forzoso en una película que se siente tejida y muy pensada. Es valiente y consecuente, de tal manera que se eleva al ensamblar lo introspectivo y concreto con la magnitud de algo mayor, pero para ello utiliza tantos ingredientes que hubiera necesitado más desarrollo para que el resultado fuera más orgánico, si eso fuera posible. Finalmente ha conseguido algo sumamente difícil, que esté bien contada y que aunque de manera irregular te interese todo lo que ocurre en pantalla. Establece una reflexión sobre la maternidad desde muchos puntos de vista: la celebración, el trauma y la falta de instinto maternal. Es destacable la gran galería de personajes femeninos, todos ellos distintos y poliédricos. Almodóvar se las ingenia para evitar ser un autor inmovilista y dentro de sus constantes sigue explorando nuevos modelos de familia y la manera de vivir la sexualidad de manera desprejuiciada y fluida. Es un director que sigue siendo subversivo y desde su universo personal se interesa en temas de importancia como el feminismo, la violencia sexual y vicaria o el edadismo mediante personajes a los que les otorga el derecho a ser imperfectos.

Lo más acertado de Madres paralelas es que el choque generacional de las dos madres protagonistas se retroalimenta de manera recíproca. La madurez de una España post transición y de la juventud nacida en el siglo XXI, unidas por la tortilla de patatas. No solo de manera narrativa, el tono y la fuerza de cada una de ellas (ambas solteras) es totalmente distinta pero complementaria. Penélope Cruz compone un personaje medido que siempre está en conflicto, y todos los dilemas están en su espléndida interpretación. Una olla a presión que nunca llega a explotar pero de la que sientes hervir el agua. En contraste, Milena Smit es todo vulnerabilidad y frescura. Si Janis es la matriarca de un país, Ana son los ojos del futuro. A su lado Aitana Sánchez-Gijón da una clase magistral de elegancia y telegenia. Es una actriz fantástica que borda un personaje secundario, pero que da una dimensión y un punto de vista distinto, con su defensa de la vocación artística y que recupera a Lorca en un momento de la película con un monólogo para enmarcar. Si Almodóvar normalmente acude a referencias cinematográficas en sus películas, aquí el teatro (como ocurría con el personaje de Asier Etxeandía en Dolor y gloria) se cuela entre los fotogramas. Ese instante cobra importancia por la figura del dramaturgo (y su dolorosa historia que aún duele) y por su obra, representada aquí con un fragmento de Doña Rosita la soltera.

Aunque en Madres paralelas Almodóvar vuelve a contar la historia desde personajes acomodados, no olvida a otros personajes llanos, aquí secundarios, que aportan el característico humor (en esta ocasión de manera anecdótica) que tiñe las películas del director mediante el costumbrismo y líneas memorables. La austeridad formal sigue siendo el estandarte de esta etapa de su filmografía (desde Julieta), y el enclaustramiento en los interiores de los pisos de la ciudad se libera en los campos rurales cuando la película respira para sanar.

Antes de ello hay decisiones de guion un tanto abruptas que crean cierta incomodidad pero que casan con la tesis de una película que aboga por la cura desde la confrontación con lo que nos lastima. Madres paralelas está armada con las raíces que nos sujetan, regadas con sangre y cubiertas por una tierra indeleble en una película imperfecta pero contundente.
CHEMA LÓPEZ
Que critica más preciosista y certera. Es cierto que es una película irregular, pero necesaria en la obra de Almodóvar, faltaba el tono político siempre representado con la contracultura.
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