
La gran mayoría de las óperas prima dirigidas por mujer y que marcaron las pasadas ediciones tuvieron un paso previo por el festival de Berlín o Cannes. Fue el caso de Verano 1993, Carmen y Lola, Las niñas, Libertad, El agua y Cinco lobitos. Todas ellas, junto a otras obras destacadas de nuevas directoras como La hija de un ladrón, Viaje al cuarto de una madre o La inocencia, comparten elementos temáticos como la maternidad y el coming of age, así como una apuesta firme por el naturalismo.
De forma prematura, ya podemos afirmar que el 2023 nos dejará un nuevo estandarte de este nuevo cine femenino. 20.000 especies de abejas recoge el testigo en Berlín de Alcarràs, con la que ha sido comparada al plasmar un retrato de familia en entorno rural. Sin embargo, el film se aleja del realismo más radical y que bordea el documental en Carla Simón o Pilar Palomero. Tanto estilística como narrativamente, Estibaliz Urresola Solaguren nos evoca más a la magnífica Libertad (Clara Roquet), una de las orfebrerías de guion más destacadas de los últimos años, con unos textos donde abundan diálogos de enorme riqueza y conmovedoras revelaciones.
A través de un viaje hacia la reivindicación de la identidad de género, Urresola no solo pone el foco en la propia confusión y descubrimiento de la protagonista, sino en la de su alrededor y cómo una sociedad inmadura afronta una situación desconocida. Lo hace desde la sutileza, muy lejos de caer en el sensacionalismo o el drama rotundo, dejando un amplio espacio para la luminosidad y llegando a convertir algunas de las mayores revelaciones de su guion en secuencias icónicas, conmovedoras y de honda belleza.
El film se ampara en un superlativo trabajo de las actrices que ya nos avanza el nombre de -al menos- un par de futuras nominadas a los Goya. Por edad no será el caso de todo un hallazgo como Sofía Otero, perfecta en su expresividad y cuya mirada nos evoca a la Ana Torrent de El espíritu de la colmena. Patricia López de Arnáiz se aleja de la dureza casi soberbia de la premiada Ane para encarnar a una madre sensible, empática y a su vez imperfecta, que se ve en la tesitura de tener que combatir ante la incomprensión de su alrededor mientras asiste a su propio aprendizaje. Muy convincente Itziar Lazcano en el papel de abuela. Pero es inevitable poner el foco sobre la interpretación secundaria -pero protagonista de algunas de las secuencias más memorables- de Ane Gabaraín, cuyo impacto nos recuerda a Susi Sánchez hace un año.
Como hemos visto en títulos recientes (Alcarràs o La maternal), la directora peca de cierta reiteración, alargando en exceso el relato. Pero prevalecen sus logros, como el hecho de saber jugar con el simbolismo y lograr momentos de enorme calado emocional que permanecen en la memoria de un espectador que, además, habrá crecido al ver la película.
Puntuación: 8